Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6).
Pues yo les digo que aquí está uno más grande que el templo. (Mat. 12:6).
En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz. (Génesis 22:18).
El apóstol Juan estaba en el Espíritu en el día del Señor cuando tuvo la revelación de Jesucristo. Así lo describe en el libro de apocalipsis. Apocalipsis significa remover el velo, revelar, aparición y manifestación. Primeramente, Juan escuchó la voz del Señor, descrito como un sonido de trompeta. Enseguida vio al Hijo del Hombre y al ver tal majestuosidad y gloria, cayó como muerto, totalmente postrado antes sus pies rindiendo adoración. Esto es el fruto de tener la revelación de Cristo en tu vida, adoración. A este es el nivel es donde él desea que experimentes su presencia y revelación. Es por el Espíritu, selah.
Una vez que nos encontramos realmente con ese gran Jesús revelado, tal como es hoy en día, nunca más alguien tendrá que decirnos que debemos adorarle. Vamos adorarlo en la entrega total de nuestra voluntad al participar de su realidad y responder a él con amor y adoración, presentándonos continuamente como un sacrificio vivo, santo y agradable.
No le conozcas de oídas, si no cara a cara. Este es el estándar de tu adoración y relación con Dios, que puedas decir al iniciar y terminar tu día: He tenido un encuentro cara a cara con el Altísimo, Peniel!
De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. (Job 42:5).
Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma. (Génesis 32:30).
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