Para Alabar y Adorar a Dios lo primero que debemos entender es el temor de Dios, ya que este es el principio de la sabiduría, “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Proverbios 1:7).
La Palabra de Dios dice que debemos de ser adoradores en Espíritu y verdad, tales adoradores busca Dios (Juan 4:23)., que tengan el conocimiento de por qué y para qué se le adora; buscando más que un conocimiento, su revelación para dar libertad a nuestro espíritu, trayendo primeramente gratitud que nos lleva a alabarle, tener más conocimiento de Dios y como consecuencia la obediencia. Es importante tener temor de Dios, conocimiento de su Palabra y esencial estar en una búsqueda permanente de intimidad con Dios.
La alabanza es la primera manifestación que sale de nuestro corazón. Esta puede surgir de diversas formas. Al principio nuestra alabanza puede ser manifestada con lagrimas o levantando un poco las manos, pero en la medida que le vamos conociendo y teniendo una relación más estrecha con el Espíritu Santo, la gratitud y el amor va creciendo cada vez más, y empezamos a sentir que ya no cabemos en nuestro lugar, ya los brazos no pueden llegar más arriba. Cuando Dios ha hecho un llamado a nuestro corazón para servirle en adoración, el corazón se nos sale y las manos se nos mueven solas, es nuestro espíritu que clama por libertad para adorarle como Él se lo merece, con todo nuestro ser, con todo lo que Él nos ha dado a cada uno para adorarle.
Cuando Dios nos muestra que debemos ser adoradores en espíritu y verdad, se refiere a seamos adoradores con pleno conocimiento de lo qué estamos haciendo y para qué lo estamos haciendo
Y esto sólo puede venir de la revelación de parte de Dios a nuestro entendimiento; podemos leer la Palabra, pero es la revelación de dicha Palabra lo que va a darnos esa libertad para adorarle.
No hay más grande amor que el que da la vida por sus amigos (y viene la revelación), Jesús dio su vida por mi; y empezamos a reflexionar que merecíamos la muerte, nuestra vida no era vida en realidad, ya estábamos muertos y Él nos rescata de las garras del infierno y nos da una nueva y abundante vida eterna con Él, nos traslado de tinieblas a luz admirable. Al venir esta revelación a nuestra vida cambia nuestra historia y la de a nuestro alrededor.
Ahora debemos entender algo, cuando le alabamos no estamos retribuyéndole o pagándole de alguna manera lo que Él hizo por nosotros. Hemos sido creados para alabarle, para su alabanza y gloria de su nombre, dice la Palabra, por lo tanto debemos dársela es de Él y para Él fuimos creados, para reconocer su grandeza, su omnipotencia y majestad. Pero no todo ser viviente tiene este privilegio, sólo los lavados con la sangre del Cordero, los que hemos recibido a Cristo y aun mejor privilegio los que le servimos en adoración.
David danzó con alegría al poseer el arca de Dios. Él llevaba la presencia de Dios a su pueblo y tal conocimiento le dio libertad a su espíritu para regocijarse y saltar de alegría ante la presencia de Dios altísimo. David se olvidó de él mismo, de su posición, de sus ropas, de la gente que tenía a su alrededor; él danzaba y saltaba de alegría, su espíritu se regocijaba, era un momento íntimo entre él y Dios. Así debe ser nuestra alabanza y adoración, un momento íntimo entre tú y Él.
Recordando el texto cuando Jacob no soltaba al Angel de Jehova hasta que lo bendijera y era una lucha hasta que el ángel finalmente lo bendijo. Nosotros debemos luchar, cuando estamos en ese momento de intimidad con Dios, no podemos dejar pasar esa oportunidad de estar en su presencia adorándole, exaltándole, rindiéndole gloria y honra, no debemos permitir distracciones, debemos asirnos de su manto, anhelar su presencia.
No podemos dejar pasar la oportunidad de ver hecha realidad su promesa “yo habito en la alabanza de mi pueblo”.
A Dios se le adora con todo nuestro ser, con o sin instrumentos, con un corazón contristo y humillado, con regocijo, con danzas, saltos, cánticos, ¡con todo!.